TROYA: LA CAÍDA DE UNA CIUDAD la última broma de Netflix

FICHA

Título originalTroy: Fall of a City
Título en España: Troya: la caída de una ciudad
Temporadas: 1 (8 episodios)
Duración episodio: 60 minutos.
Año: 2018
Temática: Drama
Subgénero: Histórica
Resumen: Versión libre sobre la Ilíada que relata la guerra de Troya, imposible de tomar en serio desde las primeras escenas y que, en absoluto, puede servir para enseñar literatura épica a las nuevas generaciones. Debería de iniciarse diciendo que cualquier parecido entre esta película y el relato homérico, no solamente es pura ficción, sino su antítesis misma.
Actores: Louis Hunter, Bella Dayne, David Threlfall, Frances O’Connor, Tom Weston-Jones, Joseph Mawle, Chloe Pirrie, Johnny Harris, David Gyasi, Jonas Armstrong, Alfred Enoch, Aimee-Ffion Edwards, Hakeem Kae-Kazim, Chris Fisher,Christiaan Schoombie,  Alex Lanipekun, Jonathan Pienaar, David Avery, Lex King,Amy Louise Wilson, Inge Beckmann, Shamilla Miller, Diarmaid Murtagh, Thando Bulane-Hopa, Nina Milner, Grace Hogg-Robinson, Carl Beukes, Garth Breytenbach, Woody Norman, Waldemar Schultz, Lemogang Tsipa, Peter Butler, Lise Slabber, Guy de Lancey, Sharleen Dziire, Danny Keough, Deon Williams, Michael MacKenzie.
Lo mejor: que se trata de una minisiere que muere en el último episodio.
Lo peor: despropósito de la BBC que jamás se debió filmar, salvo como película cómica.
Lo más curioso
: El patético intento de la BBC recuperado por Netflix de rendir culto a la corrección política y al diálogo interracial…
¿Cómo verlo?: Emitida actualmente por Netflix, Puede bajarse mediante programas P2P.

Puntuación: 5

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Lo menos que puede decirse sobre TROYA: LA CAÍDA DE UNA CIUDAD

Homero, su Odisea (la historia de los viajes de Ulises) y la Iliada (la historia de la guerra de Troya), son, acaso las dos piezas más magistrales de la literatura clásica: no solamente en las páginas que redactó aquel rapsoda ciego que fue Homero, sino en sus ideas de fondo, estas obras pertenecen a una cultura y a una identidad. Así que cualquier malversación de ese patrimonio puede ser considerado como un insulto a esa cultura y a esa identidad. Pues bien, esta serie, Troya: la caída de una ciudad, es precisamente eso. Imposible considerarla como una serie más, sino que hay que tenerla como ofensiva y atentatoria contra nuestra herencia cultural. Eso, claro está, si se toma en serio. Seguramente, Netflix, promotora del despropósito, ha querido gastar una broma a su audiencia generando este producto que si se mira como una de tantas mediocridades filmadas al otro lado del charco, en esa nación en crisis irreversible que son los EEUU, destila el aroma del chiste y del humor.

Imaginemos una película sobre la batalla de Little Big Horn en la que murió el general Custer asaeteado por Jerónimo y sus guerreros. El director del casting, un hombre, sin duda, bromista, da el papel de rubicundo general Custer a un, pongamos por caso, Denzell Washington (extraordinario actor, por lo demás), mientras que para encarnar a Jerónimo se busca a Takeshi Kitano, al actor, director y guionista japonés, autor de Humor Amarillo, pero también un hombre polifacético, creativo y extraordinario intérprete. Siguiendo por ese camino, lo normal sería reclutar a los extras en dos horizontes étnicos: los soldados del 7º de Caballería, por ejemplo, entre los indígenas australianos, mientras que islandeses de pura cepa los elegimos para cubrirlos de plumas, pinturas de guerra y taparrabos, para que den el perfil de belicosos indios. El resultado, claro está, serie un despropósito. Una película increíble en la que todas las partes se creerían ofendidas. Bueno, pues eso es, exactamente, y sin exageración lo que ocurre con la Troya de Netflix.

La película protagonizada por Brad Pitt en 2004, Troya, ya contenía algunos elementos poco creíbles. En realidad, no pasaba de ser una película para consumo de masas en la que, incluso el final, estaba arreglado para satisfacer a esas masas (en lugar de recuperar Menelao a su esposa Helena, ésta consigue fugarse con París; por no aludir a que Aquiles y Patroclo son transformados en primos). Pero, bueno, todo sea por ver a Brad Pitt en acción. Pero si la película fue mediocre, la serie resulta patética.

No vamos a repasar uno a uno las divergencias entre el relato homérico y lo que vemos en las imágenes. En realidad, si la serie se parece a la epopeya escrita hace 2.700 años, se debe a una economía de trabajo por parte de los guionistas. Cuando estos intentan poner algo de su parte, simplemente, meten la pata: ¿podemos imaginar a un Paris ligando con Helena como si se tratara de dos adolescentes de cualquier suburbio de los EEUU? Cuando París aparece como un patán y Helena como una choni poligonera, Ulises con aspecto de bribonzuelo empanado, podemos estar seguros de que ya nada nos sorprenderá… Incautos. La cosa no ha hecho nada más que empezar.

La guinda del pastel la ponen los dioses. Mirad la estatua del Júpiter de Esmirna o incluso la descripción que hace Homero del Padre de los Dioses y de los Hombres griegos, Zeus, por el que el rapsoda griego muestra en las 559 menciones que lo cita en su Ilíada el mayor de los respetos. Y ahora comparadlo con el Hakeem Kae-Kazim, actor nigeriano de poco lustre que aparece en uno de los episodios de X-Men. Pues bien, aquí es, nada más y nada menos que Zeus. Aquiles, es también representado por un actor negro…

A partir de aquí, no vale la pena seguir: se trata de una broma  en la que Netflix hubiera podido –ya puestos- llegar más allá, utilizando aquella boutade de las feministas de los años 60: “¿Sabéis las últimas novedades sobre Dios? Es negra”… Ni siquiera esta serie ha sido capaz de llevar la broma hasta el final. Porque, ya puesto, cambiar el sexo de Zeus o incluso hacerlo transexual hubiera entrado dentro de la línea del absurdo políticamente correcto en el que se ha encarrilado la serie.

Porque una cosa es sostener la igualdad, tener una ausencia completa de prejuicios étnicos y raciales, y otra muy distinta hacer que Denzell Washington sea Cúster o hacer de Hakeem Kae-Kazim el Padre de los Dioses y de los Hombres. Lo primero es lo normal, lo segundo es una forma de conseguir efectos diametralmente opuestos.

Claro está que no debemos confundirnos: incluso estaríamos dispuestos a reconocer los valores de esta serie y situarlos por encima de las trivialidades estéticas y de las bromas de los responsables del casting, si el relato que nos muestra fuera aceptable. Esto, insistimos es lo peor: que la obra cumbre de la literatura épica europea se vea completamente irreconocible, reducida a su simple dimensión de culebrón hortera

Lo que merece Netflix por esta broma es una carta exigiéndole explicaciones por incorporar esta payasada de la peor especie. La serie, en sí misma, demuestra hasta qué punto algunos directivos de la BBC logran sacar adelante series de alto presupuesto con el único mérito de ser versiones políticamente correctas de clásicos de la literatura europea, aptas solamente para analfabetos estructurales.