FICHA:

Título original: Roan Empire: Reign of blood
Título en España: El sangriento Imperio Romano
Temporadas: 1 (6 episodios)
Duración episodio: 45 minutos
Año: 2016
Temática: Docudrama
Subgénero: Historia de Roa
Actores principales: Sean Bean, Aaron Kakubenko, Edwin Wright, Mike Eward, Genevieve Aitken, John Bach, Tai Berdinner–Blaes, Jared Turner, Andrew Foster, Alum Gittins, Shane Bartie, Ella Becroft, Lisa Chappeli, Emma Fenton.
Lo mejor: la intención.
Lo peor: historia de sal gruesa.
¿Cómo verlo?: Se emite en Netflix.
Puntuación: 7

Lo mínimo que hay que sobre sobre EL SANGRIENTO IMPERIO ROMANO

Recién estrenada en Netflix, esta miniserie en seis entregas, ni es una película convencional, ni un documental histórico. Es, a la vez, una cosa y otra. Tiene de documental los testimonios de historiadores y eruditos sobre la historia de Roma. Todo lo demás pertenece al género de dramatización histórica: con sus protagonistas, su argumento, su trama y su desenlace. Es un intento curioso, no único, pero si poco habitual, de lo que se ha dado en llamar “docudrama”. Su concepto es simple: un hecho real (no necesariamente histórico; son varios los programas procedentes de EEUU y Canadá en los que se narra un asesinato con una mezcla de actores y entrevistas a protagonistas) es dramatizado mediante actores que interpretan papeles marcados por un guión que aspira a ajustarse a los hechos que realmente ocurrieron.

EL DOCUDRAMA, UN GÉNERO ATRACTIVO

Hay distintos modelos de docudrama: en algunos se prescindible por completo de la opinión de expertos, se da por supuesto que los hechos dramatizados se corresponden con la realidad, y, como máximo se insertan fotogramas, si existen, de los hechos narrados (el modelo es la película de Irving Kershner es Raid en Entebe [1976]). De todas formas, el género es mucho más antiguo y hunde sus raíces en programas de radio. Hoy suele emplearse en televisión para narrar casos paranormales, crímenes y episodios históricos. Es, pues, un género híbrido: no es un documental en estado puro ni una ficción dramatizada, aunque tiene algo de lo uno y de lo otro. Tiene tendencia al realismo, aunque algunas variantes se permiten “licencias” o simplificaciones, más o menos abusivas. Tal es lo que ocurre con esta miniserie emitida por Netflix: El sangriento imperio romano.

La serie trata sobre uno de los emperadores romanos que han sido más representados en el cine: Marco Aurelio Cómodo Antonino Augusto, hijo del “emperador filósofo” Marco Aurelio. Éste fue, sin duda, uno de los últimos grandes emperadores de Roma. Mente cultivada, filósofo estoico, de origen hispano (había nacido cerca de Córdoba, el tercero después de Adriano y Trajano), nos dejó unas Meditaciones cuya lectura, aún hoy, debería de ser obligatoria, especialmente para la clase política (pues, de eso habla: del gobierno del pueblo). Luchó contra los partos en Asia que habían invadido Armenia y Siria, pero sobre todo, su nombre está unido a la contención de las tribus germánicas que pugnaban por rebasar la línea del Danubio y penetrar en territorios del Imperio. Los venció una y otra vez, pero cuando se preparaba para anexionar Bohemia para el Imperio, cayó enfermo de la “peste antonina” (que habían traído sus tropas a Roma al retornar de la campaña contra los partos). Su hijo superviviente, Cómodo, le acompañó en esta campaña. Y tal es el momento en que comienza esta miniserie.

¿CÓMO REAL O CÓMODO SEGÚN DIÓN CASIO?

Desde el primer momento, la miniserie se recuerda a la figura de Cómodo como gladiador. En efecto, fue elegido por su padre como su sucesor (algo infrecuente en ese momento, en el que, como máximo, los emperadores optaban por adoptar a un joven notable y educarlo para ocupar la púrpura imperial sin ser hijo de su sangre). Marco Aurelio reconocía que su hijo no estaba preparado para el mando, pero no le faltaban dotes como guerrero. Su padre, procuró perfeccionar su educación y su capacidad para el combate, especialmente cuando advirtió que su salud estaba quebrantaba y que no podría soportar una nueva campaña. El emperador filósofo era consciente de que para afrontar la presión germánica en las fronteras del Imperio sería necesario recurrir a un mando belicoso, carismático y con capacidad estratégica. Por eso se llevó a su hijo Cómodo a la campaña de Germania.

Lo que ocurrió a partir de ahí, lo sabemos especialmente por Dión Casio, historiador y, de paso, senador cuyas relaciones con Cómodo no fueron todo lo buenas que hubiera sido de esperar. El Senado, formado por patricios de alta cuna, se quejaba de que Cómodo usurpaba funciones, éste, a su vez, veía en la institución a un ente parasitario más preocupado por el pasado que por el futuro (concepto que, al parecer, le indujo el propio Marco Aurelio). En realidad, la imagen con la que Cómodo ha pasado a la historia se debe al retrato que ha hecho de él, uno de sus enemigos. Tengo la secreta sospecha de que Cómodo fue mucho mejor emperador de cómo lo pinta Dión Casio. Este extremo no es recogido en el docudrama que da por buena la versión del vitriólico senador metido a cronista deletéreo.

DE HÉLCULES A CÓMODO, DE ROMA A HOLLLYWOOD

La serie tiene cierto rigor histórico y estético. Dejando aparte que algunos modelitos utilizados por la madre (Faustina), la hermana (Lucilla) y la esposa (Crispina) de Cómodo, están modificados para resaltar su erotismo mediante escotes abismales y transparencias que hubieran hecho estremecer a patricios y plebeyos de su tiempo, es rigurosamente cierto que Cómodo solía presentarse (y ser, a su vez, representado en multitud de estatuas) recubierto con la piel de un león. Obviamente, este mero hecho (que ninguno de los eruditos entrevistados en la miniserie destaca, pero que ilustra la miniserie) define el carácter y las afinidades del Emperador Cómodo: era una forma de establecer un nexo con la figura de Hércules y especialmente con su enfrentamiento con el León de Nemea, al que venció en el curso de sus Trabajos. La maza con la que se puede ver a Cómodo (entre otras representaciones en la imagen que se exhibe hoy en los Museos Capitolinos de Roma)  refuerza esta afinidad. Cómodo quería, ante todo y sobre todo, emular al héroe clásico. No concibió, finalmente, otra forma de hacerlo más que saltar a la arena del Coliseo y luchar como gladiador.

Este episodio no es un feliz gag de la muy notable película Gladiator (2000) de Ridley Scott, sino un hecho histórico. El pueblo de Roma aclamó al Emperador que había tenido el valor de tomar la espada para pelear con los mejores gladiadores de su tiempo, mientras que el senado le afeó esta actitud (los gladiadores eran esclavos y un emperador se desmerecía a sí mismo luchando contra esclavos). Claro está que Cómodo salió triunfante de la prueba y venció a sus adversarios convirtiéndose en héroe legendario de la plebe. Dión Casio obvia elogiar este gesto de su adversario así que opta por dar una explicación más propia de Sálvame De Luxe que de un historiador: para Casio, si el emperador venció fue porque las espadas de sus adversarios… no tenían filo. Y tal es la versión que ofrece este docudrama.

VALORACIÓN Y RECOMENDACIONES

Dejando aparte estos matices –y alguno más disperso– cabe decir que la impresión que causa esta miniserie es positiva. Ciertamente, es historia contada por Hollywood (y eso marca mucho), pero el resultado final es digno e incluso aceptable en un 75%. El papel de Cómodo es interpretado por el actor australiano Aaron Jakubenko (el “Yuri” de la serieConspiracy 365 [2012]) cuya carrera está todavía en los primeros pasos. Buena interpretación, en cualquier caso. Genevieve Aitken, esposa del emperador en la miniserie, ha participado en los dos últimos años en películas notables (Mad Max: Furia en la carretera [2015] y El Hobbit [2014]) así que su carrera, aunque también incipiente, parece bien encauzada. La figura del polémico Dión Casio está asumida por Edwin Wright al que vimos por primera vez en La rebelión de los licántropos (2009); otra carrera que se inicia. El actor neozenlandés Mike Edwards pasa a ser Narciso, el gladiador que adiestró a Cómodo en las artes del combate en la arena; muy buena creación para un actor con mucho futuro. Y la voz del veterano Sean Bean oficia como narrador.
Un docudrama que, sin ser película de argumento, ni documental histórico, es a la vez lo uno y lo otro. Muy superior desde el punto de vista histórico a la aparición del Emperador Cómodo en La caída del Imperio Romano [1964] (allí Christopher Plumer hizo lo que pudo para imitar al emperador), e incluso a la interpretación que hace de él Joachim Phoenix en Gladiator [2000] y, sin nada que ver con el Cómodo, personaje del videojuego Ryse: hijo de Roma, podemos decir que esta es la mejor aproximación a la figura del Emperador–Gladiador hasta ahora filmada.

Gustará a los que gusten y degusten la historia antigua. El hecho de que encuentren fallos narrativos a la serie y alberguen dudas sobre la sinceridad con que Dión Casio describió a su archienemigo, no disminuirá el interés que puedan sentir por la reconstrucción de los escenarios y de la vida en Roma La Grande. Satisfará a los que consideren que la TV puede ser un medio de aprendizaje de la historia y a los que tengan inquietudes culturales.