FICHA
Título original: The Winter King
Título en España: El rey del invierno
Temporadas: 1 (5 entregas)
Duración episodio: 58 minutos.
Año: 2023
Nacionalidad: USA
Temática: drama
Subgénero: fantástico
Resumen: La leyenda artúrica reinterpretada en clave woke a partir del nacimiento de Arturo y de su padre Uther Pendragon. La trama se sitúa en la Inglaterra del siglo V y en las luchas entre los distintos condes (rebautizados como “reyes tribales”). Despropósito bochornoso de principio a fin con una sola finalidad: afirmar la ideología woke revisando -y adulterando- leyendas tradicionales europeas.
Actores: Iain De Caestecker, Eddie Marsan, Nathaniel Martello-White, Valene Kane, Jordan Alexandra, Simon Merrels, Steven Elder, William Postlethwaite, Daniel Ings, Andrew Gower, Ellie James, Enoch Frost, Ken Nwosu, Sam Byrne.
Lo mejor: tratar de ir por la senda de Juego de Tronos
Lo peor: la falta de respeto hacia el legado legendario europeo-
¿Cómo verlo?: Se estrenó en Movistar+ el 29 de diciembre de 2023. Puede obtenerse mediante programas de intercambio de archivos.
Puntuación: 4
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Lo menos que puede decirse sobre EL REY DEL INVIERNO
La falta de imaginación de la literatura de consumo reciente (desde Peter Berling hasta Dan Brown) se demuestra en la reiteración con la que se toman temas históricos o ciclos legendarios, se les reinterpreta y se sirven al público adulterados -e incluso bastardizados- como ideas geniales que ayudarán a entender otras épocas. Y esto mismo puede trasladarse al mundo de las series. En algunos casos, la idea de recrear una epopeya medievalizante es honesta (Juego de Tronos), mientras que en otros es un portento de falta de imaginación o simplemente una obra de mero adoctrinamiento. Y, en ocasiones, incluso puede caer más bajo aún: además de adoctrinar, aburre. Tal es el caso de El Rey del Invierno, basado en una novelita de consumo de Bernard Cornwell publicada en 1995.
No hemos leído la novela y, creemos que no se ha publicado en castellano, pero si la nota sobre la misma en Wikipedia y, por tanto, eludiremos el espinoso problema de si el texto original se corresponde con su traslación al plasma. Ésta, en cualquier caso, resulta infame e infamante, especialmente para quienes conocen la leyenda del Rey Arturo y de sus caballeros y la saga del Grial y, no digamos ya, para quienes conocen, aun someramente, la historia de las Islas Británicas de los siglos posteriores a la retirada romana.
Sobre el argumento en sí mismo cabe decir que es un relato de capa y espada, en la que distintos personajes luchan por el poder (un “juego de tronos”) bajo la amenaza de la invasión sajona de las islas. Aparecen todos los personajes cuya memoria se recuerda de los relatos artúricos que aparecieron entre los siglos XII y XIII:el Rey Arturo, Uther Pendragon su madre, Morgana su hermana, Merlín el mago, Nimue la amante de Merlín, Ginebra esposa de Arturo, etc. Se trata de aprovechar unos nombres y unas situaciones que ya han aparecido en distintos remakes cinematográficos desde los años 30 y servirlos de nuevo al público pero con una única novedad: convertirlos en títeres sobre los que vehiculizar la ideología woke y el nuevo código cinematográfico hollywoodiense. El problema radica en que ese “código” (de obligado cumplimiento para las productoras que aspiran a un premio y reconocimiento de Hollywood) es justamente la inversión de la mentalidad y de los principios que aspiraba a transmitir el ciclo legendario original.
“Adulteración” e “inversión” son palabras que quieren decir, en realidad, “mentira”. En efecto, esta serie resulta insultante para la tradición europea originaria en cuyo seno nació el ciclo legendario artúrico. Los valores que pretendía educar e ilustrar esta literatura medieval, las cualidades morales de los personajes, los valores que transmiten, la visión del mundo que le es propia, quedan eliminados absolutamente en esta serie, y lo que es aún peor: no es que sean incomprendidos por los guionistas, es que son “invertidos”. Los personajes resultan planos, sin matices, al quedar desprovisto de todos los valores que encarnaban. En su lugar, personajes del siglo V, adoptan lenguajes, comportamientos, ideologías e incluso movimientos, propios del siglo XXI.
Una serie así ni puede, ni debe tomarse en serio. Pero si considerarla como un “signo de los tiempos”: vivimos una época de falsificación. En los supers se compran simulacros de productos, comemos frutos que tienen la forma y el color que esperamos de ellos, pero no el sabor ni el aroma que les fue propio; en la vida pública vemos “políticos” que hablan como si lo fueran, cuando en realidad, no pasan de ser mercachifles, vendedores de “productos milagro”; tenemos tertulianos “especialistas de todo” y expertos en nada; incluso, vivimos tiempos en los que la sociedad en lugar de tender a estados superiores de cultura y civilización, se va primitivizando… No puede extrañarnos que estos procesos degenerativos hayan alcanzado, especialmente en los últimos 8 años a la industria del cine y al mundo seriéfico.
Y ahora nos encontramos con El Rey del Invierno en el que el Rey Arturo pasa de ser “el elegido por la espada” a ser “un bastardo, hijo de una prostituta”. Y, por supuesto, el Mago Merlín, es -como no podía ser de otra manera en tanto que consejero y principal influencia del Rey- de raza negra, como buena parte de los habitantes de la Inglaterra del siglo V. Por lo mismo, los condados y los clanes de la isla, pasan a estar dirigidos por “reyes y reines tribales” (la idea de ”tribu” parece encajar mejor con la negritud de buena parte de aquellas islas… es incluso posible que en la segunda temporadas, además de “reyes y reinas” aparezcan “reines”). Las “ideas” de Merlín expresadas en algunas de sus frases, están más próximas a los contenidos del a “New Age” que al papel que se le atribuyó en el ciclo artúrico. Y, Avalon, la “isla bienaventurada”, la “isla de blancura sinigual” está, mira tú por dónde, poblada más del 50% por africanos de color. El “Gran Druida” celta, es ahora la “Gran Druidesa”. Arturo practica una “justicia garantista”, nada de ejecuciones sumarias por voluntad del Rey a la vista de un crimen horrendo (el asesinato de un recién nacido), hace falta un juicio justo y una amnistía para dar la oportunidad al asesino de bebés a “reivindicar su honor”. Incluso encontramos en el tercer episodio la idea de “igualdad”: Arturo menciona a su “madre herrera de la que lo aprendí todo en la forja del acero”. Nada de aristocracia y estamentos sociales: Arturo baja del trono y con la espada al cinto, se va a trabajar a los campos tratando de “ir hacia el pueblo”. Es, de hecho, un rey republicano. En un momento dado dice: “¿A quién le importa la sangre real? A mi no…”. Arturo, por cierto, se ha refugiado en Galia, en el reino del Rey Ban. Allí van a buscarlo: resulta que la Galia, también, está poblada por negros, algunos de los cuales, por cierto, se mueven como los de Harlem y del Bronx de los años 80.
Otro frente es el enfrentamiento entre “paganos” y “cristianos”. Es cierto que, en el ciclo artúrico, el Grial no es custodiado por la Iglesia, sino que circula por una tradición paralela que se inicia con José de Arimatea. Las reminiscencias paganas del ciclo son notables y remiten a una tradición anterior. En realidad, se trataba de una moneda de dos caras: esotérica e iniciática por un lado y cristiana y exotérica por la otra. En la serie, los representantes de la tradición “pagana” o bien son negros (Merlín) o bien son mujeres (la druidesa), mientras que la tradición “cristiana” es mas ambigua y está representada por personajes poco relevantes (el obispo) o simplemente por traidores (el rey de los Siluros que aparece como bellaco, terrorista y asesino).
Aquella Inglaterra multirracial y multiétnica imposible en el siglo V, es hoy necesaria: tiende a demostrar que el caos actual ha existido siempre y con las mismas constantes. De la misma forma que en El Hobbit ya no quedaba nada de J.R.R. Tolkien, en El Rey del Invierno no queda nada del ciclo artúrico. El hecho de que los nombres de los protagonistas sean los mismos, es precisamente lo más condenable. Así pues, además de “disparate histórico”, como se ha calificado a esta serie, le caben los adjetivos de “delirante”, “adoctrinadora”, pero sobre todo, el de “negación de la tradición europea y de africanización de la cultura europea”.
Desde el punto de vista fílmico, cabe preguntarse que hace ese actor excepcional, Eddie Marsan, en la que es con mucho la mejor actuación de la serie, dentro de este producto infame e infecto, de puro adoctrinamiento y guionizado con voluntad de estupidización. Porque los diálogos y el guion resultan lamentables y sobre todo anacrónicos. El resultado es una serie cargante y aburrida, sin méritos más que el haberse beneficiado de ser lanzada por Movistar+ en España.
Lo más triste de todo es que, películas ochenteras -como el Excalibur de John Boorman- además de estar mucho más próximas al espíritu original del ciclo artúrico, resultan mucho más entretenidas para el espectador. Y, definitivamente, no sé que es peor: si la adulteración, falsificación y “wokización” del ciclo artúrico o el empeño en aburrir hasta a las ovejas que transmite esta malhadada serie de la que Marsan es lo único que se salva.
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