
FICHA
Título original: Parot
Título en España: Parot
Temporadas: (entregas)
Duración episodio: minutos.
Año: 2021
Nacionalidad: España
Temática: Drama
Subgénero: Thriller
Resumen: La aplicación de la “doctrina Parot” pone en libertad a decenas de criminales. Sin embargo, alguien parece tomarse la venganza, porque en los días siguientes van asesinando a muchos de ellos. Entre los liberados figura un aristócrata violador empeñado en saldar las cuentas que dejó antes de entrar en la cárcel.
Actores: Adriana Ugarte, Javier Albalá, Ivan Massagué, Blanca Portillo, Patricia Vico, Michel Brown, Nicole Wallace, Antonio Dechent, Markos Marín, Rodrigo Poisón, Nacho Fresneda, Max Marieges, Alex Hafner, Sara Jiménez, Dani Jara, Fran Berenguer, Daniel Guerro, Chacha Huang, Raúl Yuste
Lo mejor: algunas actuaciones aisladas (Iván Massagué, Javier Albalá)
Lo peor: guion absurdo, oportunista, impobable, inviable, insorporatable.
Lo más curioso: es producto de una cooperación entre RTVE y Amazon Prime Video
¿Cómo verlo?: Se estrenó en Amazon Prime Video el 28 de mayo de 2021. Puede obtenerse mediante programas de intercambio de archivos.
Puntuación: 4
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Lo menos que puede decirse sobre PAROT
Seguramente, algunos se habrán sentido atraídos por esta serie por el nombre: Parot. Parot es el nombre de un terrorista de ETA de origen argelino, nacionalizado francés, al que se le imputaron 82 asesinatos y recibió una condena de prisión de 4.800 años. Capturado en 1990, al cumplir 20 años de prisión, consideró que debía ser puesto en libertad y apeló al Tribunal Europeo de Derechos Humanos que resolvió a su favor. Fueron puestos en libertad algunos etarras, pero, sobre todo, a seis asesinos y violadores (entre ellos Miguel Ricart condenado por el “crimen de Alcácer”, Emilio Muñoz, condenado por el “caso Anabel Segura”, y varios agresores sexuales más. Un despropósito total. Parot no salió de cárcel por acumulación de penas, por cierto. La serie, no solamente no explica lo que ha sido la llamada “doctrina Parot”, sino que ni siquiera tiene nada que ver con ETA (la “doctrina Parot” benefició a casi una treintena de terroristas). Esta carencia podría permitirse, pero lo que ya resulta insoportable es que el argumento sea un completo despropósito de principio a fin.
Los presos puestos en libertad van siendo asesinados por un individuo disfrazado de mono. La investigación queda a cargo de un grupo policial en el que se ha incorporado la víctima de unos de los violadores liberados. Ha quedado traumatizada por la experiencia y tiene en su haber varios intentos de suicidio. Su madre es psicóloga penitenciaria y está en contacto con uno de los ex presos al que ayuda en todo momento. El violador que fue condenado entre otras causas por la agresión a la policía, es un aristócrata que sale decidido a vengarse y, paradójicamente, a ser reconocido por la sociedad, como “víctima”. Una periodista de pocos escrúpulos sigue el caso y consigue convertirse en la pieza de transmisión de las maniobras del aristócrata. Los diez episodios nos desgranan los asesinatos, las acciones policiales para localizar al asesino, las maniobras del aristócrata vengativo y los amores, amoríos y desavenencias entre la policía violada y su compañero de grupo.
La serie se resuelve en 10 episodios de 50 a 55 minutos. “Pasan cosas”, pistas falsas, manipulaciones, persecuciones, efusiones de sangre, secuestros, asesinatos, alguna que otra escena de cama, todo ello atribuye a la serie cierto “dinamismo”. El problema es que, desde el segundo capítulo, tenemos la seguridad de que todo lo que estamos viendo es un “mareo de perdiz” con el fin de prolongar la serie hasta el infinito (no hasta el los créditos finales del último capítulo) sino hasta la segunda temporada que ya se adivina en el horizonte. Las escenas inútiles, los giros inesperados que no llevan a ningún sitio, las maniobras del aristócrata, todo ello pésimamente hilvanado, interpretado sin fe por unos actores que, al ser los primeros en leer el guion, son también los que conocen las limitaciones y el sinsentido de la serie. Obviamente, a todo esto, para acabar de arreglarlo, se une al adoctrinamiento ideológico propio de nuestros días (lo que explica el interés de RTVE en la serie).
Lo peor es que la serie es previsible a partir de la tercera entrega. En ocasiones, una serie podría haberse contado reduciendo el metraje un 10, un 20%. Pero en otras ocasiones, la historia es tan mala que no cabe ni decir que, si se hubiera reducido al 50%, habría mejorado. En realidad, lo único positivo es que nos hubiera aburrido la mitad de tiempo.
Queda hablar de las interpretaciones. La mejor, sin duda, la de Iván Messegué: aquí asume el registro de psicópata estirado de porte aristocrático. Sale indemne e, incluso, demuestra su calidad como actor. Antonio Pérez Dechent, como comisario jefe, también realiza una actuación memorable. Javier Albalá resulta irregular, acaso por deficiencias del guion y su relación con Adriana Ugarte, no termina de cuajar, salvo paradójicamente en los pocos giros humorísticos que tiene la serie (no más de dos o tres hacia el final). Podemos considerar que las deficiencias en la interpretación -a Blanca Portillo o a Patricia Vico, les ha tocado en suerte papeles demasiado artificiales para que un actor pudiera lucirse- son el resultado de un guion que navega a la deriva desde las primeras escenas.
Puede interesa a los coleccionistas de fricadas y serie petardo; no, desde luego, a un público mínimamente exigente. Ah, por cierto: en España, ni la aplicación de la “doctrina Parot”, ni las excarceraciones de etarras, asesinos o violadores ha generado ninguna venganza por parte, ni de las familias, ni de la sociedad.
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No es un documental. Es una serie y no tiene porque seguir a pies juntillas la realidad.
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