
FICHA
Título original: La víctima número 8
Título en España: La víctima número 8
Temporadas: 1 (8 episodios)
Duración episodio: 50 minutos.
Año: 2018
Nacionalidad: España
Temática: Drama
Subgénero: Terrorismo
Resumen: Una pareja se ve el día anterior a la ejecución de un atentado terrorista. La chica invita a su novio –“moro”- al día siguiente a cenar en casa de sus padres, pero el joven no aparece. Esa misma tarde se ha cometido el atentado y las fotos que difunde la prensa son precisamente las del novio. La policía detiene a la familia del novio, el cual, a todo esto, ha sido secuestrado pero logra zafarse de sus captores e interroga también a la novia.
Actores: Verónika Moral, César Mateo, Farah Ahmed, Itziar Aizpuru, Iñaki Ardanaz, Youssef Bougarovaney, Moussa Echarif, Iñaki Font, Farah Hamed, Son Khouri, Khaled Kouka, Itziar Lazkano, Lisi Linder, María de Nati, Jesús Ruyman, Auritz Salterain, Auritz Salteráin, Alfonso Torregrosa, Óscar Zafra, Marcial Álvarez, Amber Williams
Lo mejor: intenta tener un forma de thriller.
Lo peor: que el argumento es excesivamente retorcida y el final lamentable.
Lo más curioso: los responsables del producto son Telemadrid, ETB y Mediapro.
¿Cómo verlo?: Se estrenó el 10 de octubre de 2028 en Telemadrid y en ETB-2. Puede bajarse mediante programas de intercambio de archivos.
Puntuación: 5,5
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Lo menos que puede decirse sobre LA VÍCTIMA NÚMERO 8
La serie prometía, fue bien promocionada en el País Vasco y en la Comunidad de Madrid, y, si bien pasó desapercibida en esta última (una media del 3,7% de share), alcanzó buenos niveles de audiencia en los dos primeros episodios de la mano de la televisión autonómica vasca (12’8% de share). Ahora bien, llegada la tercera entrega la audiencia vasca cayó en picado, situándose en un 5’6%. ¿Qué había pasado? Simplemente, que el público se había cansado de ella: demasiadas improvisaciones, demasiados retorcimientos, demasiado buenismo, demasiados errores de producción y ambientación… Resultado: fracaso absoluto.
Da la sensación de que la televisión vasca vio en el atentado que tuvo lugar en Barcelona el 17 de agosto de 2017 la oportunidad de hacer olvidar el terrorismo etarra y trasladó aquel atentado a las calles de Bilbao. Una furgoneta arrasa una céntrica avenida y se lleva por delante la vida de siete personas. Este intento es legítimo e, incluso, podía haber salido bien, pero el gran problema es que el guion se vio inmerso en un retorcimiento tal en el que nada es lo que parece. Y sobre esto vale la pena establecer unas fechas: una cosa son los extraños atentados que se produjeron entre 2000 y 2003 en todo el mundo (del 11-S en Nueva York, al 11-M en Madrid) en donde las cosas no estaban nada claras: terrorismo atribuido a Bin Laden, pero con versiones oficiales que parecían quesos de gruyere. Luego se produjo un interregno: este tipo de atentados desaparecieron y algo más de diez años después, apareció en Europa otro tipo de terrorismo, este de matriz mucho más clara, sin “agujeros negros” en las versiones oficiales y que tenía detrás simpatizantes de la causa islámica y, en especial, del ISIS-DAESH. Y sobre este terrorismo no hay la menor duda sobre su matriz: se trata de terrorismo protagonizado y ordenado por fundamentalistas islámicos. Este matiz es muy importante para valorar esta serie porque las sospechas de los atentados atribuidos a Bin Laden, se trasladan al terrorismo que apareció en Europa en la segunda década del nuevo milenio. Así pues, el encuadre histórico-político de esta trama, es lamentable y se tiende a complicar algo que es particularmente simple: hay terrorismo, porque hay terroristas y, de la misma manera que hace 15 años existía terrorismo nacionalista vasco de la mano de ETA, ahora existen terrorismo fundamentalista islámico. El problema es que plantear una cuestión bastante simple en estos términos, parece “políticamente incorrecto”. Y es entonces cuando se complica el argumento, se presenta todo como una infame conspiración que no tiene nada que ver con el radicalismo islámico.
Esta introducción no debe perderse de vista y, en sí misma, explica el fracaso de la serie. Una pareja joven, ella acomodada y él -como se define- “moro”. Se han jurado amor eterno, así que la chica invita a su novio a conocer a sus padres. Éste no está muy convencido, tiene miedo de que no les guste por ser… “moro”. De todas formas accede a ir a la cena, pero no se presenta. Durante la cena, la familia y la desolada novia ven las noticias de la tele: se ha producido un atentado en Bilbao de matriz -con seguridad- islamista. Lo que ignoran es que el novio ha sido secuestrado unas horas antes y ha desaparecido. Al día siguiente se sabe que han muerto siete personas en el atentado y la foto del joven que manejaba la furgoneta asesina no es otro que la del novio de la chica. Una enérgica policía entra en funciones y ordena detener a los padres del novio e interrogar a la novia. A todo esto, el joven ha podido huir de sus secuestradores y se ha fugado por el monte… Sobre estas bases se levantan las ocho entregas de la serie.
Los absurdos se acumulan sobre los absurdos: la jefa de policía está embarazada, pero es tan ágil como una gacela; los familiares del novio visten en todo momento impecables trajes tradicionales marroquíes y parecen cuñados del mismísimo Gandi, la facilidad con la que el novio huye parece una afrenta al sentido común o cómo la novia entra en una mezquita como Pedro por su casa; aparte de estos detalles, los diálogos son manifiestamente mejorables, el guion se complica hasta lo indecible y la explicación es tan gratuita como previsible desde el momento en el que vemos cómo han secuestrado al novio.
Todos estos fallos -que explican el fracaso comercial de la serie- son todavía más inexplicables si tenemos en cuenta las empresas que han participado en el proyecto: la sensación que proporcionan series como estas es que los directivos no saben espolear a guionistas y productores y que, para colmo, probablemente ni siquiera ellos mismos son capaces de establecer y deslindar lo bueno de lo tópico o, lo que es peor, del disparate. En otro país, los mismos directivos, al ver el final de la serie, la hubieran cancelado antes de su emisión.
A estos podemos añadir que las interpretaciones son justitas, el mensaje buenista, el tono progre y la intención (como ya se hizo con ETA) tratar de “contextualizar” este tipo de terrorismo, justificarlo y sostener, contra toda lógica, que no tiene nada que ver, ni con el radicalismo islámico, ni con la inmigración masiva, que, a decir verdad, son las verdaderas víctimas siempre, siempre, siempre…
Si a esto añadimos que la serie es reiterativa, podremos entender mucho mejor por qué se desmoronó la audiencia en el segundo episodio. De todas formas, reconocemos que es un buen paradigma que resume de qué manera no hacer una serie, o bien cómo componer una serie nacida para fracasar. Solo para espectadores masoquistas, para conspiranoicos perdidos o para buenistas que todavía no se han puesto pantalones largos.
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