FICHA
Título original: Refugiados
Título en España: Refugiados.
Temporadas: 1 (8 episodios).
Duración episodio: 50 minutos.
Año: 2015
Temática: Drama.
Subgénero: Ciencia ficción.
Resumen: En un próximo futuro ha ocurrido un desastre humanitario que ha arrojado a cientos de millones de personas a cambiar de ubicación en el tiempo y viajar al pasado. Son los refugiados: no puede hablar ni del futuro, ni buscar a sus familias.
Actores principales: Natalia Tena, David León, Will Keen, Dafne Keen, Ken Appledorn, Jonathan D. Mellor, Charlotte Vega, Melina Matthews, Gillian Apter, Morgan Symes, Benjamin Nathan.
Lo mejor: Buena premisa inicial
Lo peor: Despropósito absoluto a partir del tercer episodio.
¿Cómo verlo?: Emitida simultáneamente por los canales de Atresmedia, puede verse en el enlace indicado.
Puntuación: 4,5
Lo mínimo que puede decirse sobre REFUGIADOS
Viajes en el tiempo, tipos que aparecen como si fueran zombies, desorientados, harapientos… en principio son temas que han aparecido en otras muchas series de manera aislada y que han inspirado series de indudable éxito en la audiencia. La idea de refundirlos en una sola serie de ciencia ficción “a la española”, no parecía descabellado y, de hecho, esta intención inicial es lo mejor de esta serie. Demuestra que los cerebros pensantes dedicados a idear temas de series en nuestro país, han recurrido a los productos de síntesis pre-existentes, a falta de buenas ideas originales. Pero esto es lo de menos. Lo importante en una serie es si funciona o no funciona, si el guión logra hacer olvidar los agujeros que inevitablemente tiene siempre una trama de ciencia ficción y ésta, al final, resulta creíble. Refugiados tiene un buen planteamiento inicial, pero, a partir del capítulo tercero se estanca y los puntos ganados en la primera entrega se pierden vertiginosamente.
Veamos. La serie nos muestra una gran migración ocurrida en bien avanzado el tercer milenio… Para empezar, ya es problemático que la humanidad exista en esta remota época. Se conoce la llamada “paradoja de Fermi”: el riesgo de desaparición de una civilización está en razón directa a su nivel de desarrollo. Dicho de otra manera: no existe una civilización extraterrestre que pueda ponerse en contacto con nosotros porque, siendo esta extremadamente avanzada para poder abordar el problema técnico que implica viajar a años luz, cuando hubieran llegado aquí, esa civilización ya habría dejado de existir en su planeta originario… Pero, supongamos, que los creadores de la serie ignoraban lo que es la “paradoja de Fermi” y han concebido que en un futuro lejano, 3.000 millones de personas consiguen huir del futuro a nuestro presente (esto es, a su pasado) huyendo de una catástrofe planetaria inminente. Bruscamente empiezan a llegar más y más “refugiados” que con acogidos por las familias de nuestro tiempo. Pero, para estar entre nosotros y no alterar el futuro deberán cumplir dos únicas reglas: no podrán explicarnos qué es lo que ha ocurrido en el planeta, por qué y de qué huyen, y no podrán tratar de reunirse con sus familiares. La historia nos sitúa en una familia (pareja con hija) en la que se incrusta un refugiado que incumple estas reglas…
Contada así, la serie parece interesante, pero, a medida que avanza, vemos que el planteamiento inicial hace aguas por todas partes. Siempre, en ciencia ficción hay algo increíble, altamente imposible o francamente irrealizable. Precisamente, la habilidad del guionista consiste en que el lector o el espectador pase por alto esta imposibilidad, acepte el planteamiento presentado y se olvide de las objeciones racionales. Entonces se genera el efecto buscado: fascinar por un lado y concienciar por otro. Pero, para ello, hay que conocer el género y ser hábil en el manejo de las “distracciones” argumentales.
La seducción generada en los primeros momentos por una migración de estas características hace que la serie interese en su primer tramo. Agotado éste, la serie se deshincha. Y lo que es peor: a medida que avanza, va adquiriendo un tono caricaturesco e inverosímil. ¿Qué ha ocurrido? Algo muy simple: en 2015 se iniciaba el problema de los “refugiados” que estaban empezando a llegar a Europa en aluvión. Era discutible que todos los que llegaban aquí fueran verdaderamente “refugiados”, muchos simplemente declaraban esta condición, simplemente, para acceder más fácilmente a Europa. Los gobiernos europeos los dejaban entrar alegando que se trataba de una “cuestión humanitaria”. No era así: en realidad, el aluvión de refugiados es dirigido hacia Europa por cuestiones económicas: simplemente, el aumentar el número de demandantes de empleo en Europa hace que disminuya el valor de la fuerza de trabajo y, en consecuencia, hacer más “competitiva” a las economías europeas. Ni la Merkel, ni Hollande, son grandes humanistas… Si China devalúa su moneda y abarata los costes de exportación, Europa debe reaccionar de alguna manera para poder vender una escoba en el mercado internacional. Mientras la globalización dicte sus reglas, claro está…
En una situación así es inevitable que surjan tensiones entre el “refugiado” y el “autóctono”, entre el “inmigrante foráneo” y el “ciudadano nativo”. Venga el primero de Siria o del siglo XXV. Con el artificio de una situación propia de la ciencia ficción se obtiene lo que el “creador” pretende: lanzar el mensaje de que con buena voluntad, comprensión y amor a la humanidad, cualquier sociedad puede absorber e integrar a los recién llegados… El hecho de que las condiciones impuestas a los 3.000 millones de inmigrantes sea no hablar de su pasado, no aludir a las circunstancias catastróficas que los han hecho migrar, ni a la tecnología que lo permitido, evitan lo que es una de las razones de ser de la ciencia ficción: el avanzar explicaciones tecnológicas. En un momento dado, hacia el inicio de la tercera entrega, las preguntas sobre el futuro y qué ha llevado a 3.000 millones de personas a invadir nuestro presente desaparecen por completo: ¿Qué queda? Una parábola antirracista entre “inmigrantes” y “autóctonos”, tantas veces vista, tantas veces escenificada, un mero tópico de la modernidad.
A partir de ese momento, la serie se estabiliza primera y va descendiendo de tono después. Se percibe su lentitud creciente, la falta de preguntas y de situaciones razonables, lo artificioso de las situaciones y la reducción de todo a un simple microcosmos familiar: el “buen inmigrante” se integra en la “familia humanitaria”. Un simple recurso para que la opinión pública siga aceptando más y más inmigrantes en Europa. Para ese viaje no hacía falta tanta épica, ni apelar a la maltratada ciencia-ficción o a la enormidad de una migración en el tiempo, no de unos pocos cientos, sino de ¡3.000 millones!
La serie obviamente resultó un fracaso anunciado. La audiencia siempre estuvo por debajo del 10% y terminó con una media del 7’9, a pesar de haberse estrenado simultáneamente en todos los canales de Atresmedia. El planteamiento no era serio y el querer vender mercancía averiada como si se tratara de una “propuesta audaz de ciencia ficción”, se estrelló ante la indiferencia del público.