FICHA
Titulo original: La embajada.
Título en España: La embajada.
Temporadas: 1 (11 episodios).
Duración episodio: 70 minutos.
Año: 2016
Temática: Política.
Subgénero: Intriga.
Resumen: El embajador español en Tahilandia, su esposa y su hija se ven sometidos a todo tipo de presiones por parte de un empresario sin escrúpulos y de sus lacayos.
Actores principales: Belén Rueda, Abel Folk, Amaia Salamanca, Megan Montaner, Chino Darín, Úrsla Corberó, Maxi Iglesias, Pedro Alonso, Carlos Bardem, Melani Olivares, David Verdaguer, Ana Gracia, Raúl Arévalo .
Lo mejor: intento de realizar una serie con temática política.
Lo peor: intento frustrado y que mostró la incapacidad para abordar el género
¿Cómo verlo?: Emitida por Antena 3, puede verse en el enlace que indicamos.
Puntuación: 6
Lo mínimo que puede decirse sobre LA EMBAJADA
Cuando las dos House of Cards, la inglesa y la americana, seguían compitiendo, Borgen había concluido de manera gloriosa, Baron Noir nos ponía en los entresijos del socialismo francés y Marseille situaba la trama al frente de la alcaldía, en España nos dimos cuenta de que no tenía nada que se pareciera ni mínimamente a estas series de éxito. Así que a Ramón Camps y a Gema R. Neira se le ocurrió elaborar un producto que pudiera ser homologado como “ficción política”. Hubieran debido meditar antes el producto y sus características. La serie resultó un fiasco que disuadió a la cadena a una segunda temporada (e incluso la hubiéramos entendido si al tercer o cuarto episodio, la cadena hubiera planteado retirarla de la programación.
La serie, inicialmente, no era muy comprometida: discurría en las antípodas como si existiera miedo a ubicarla en Madrid y Barcelona. Thailandia, a fin de cuentas, es un lugar que pasa por ser destino turístico de miles de españoles. La trama gira en torno a luchas de poder y conspiraciones que suceden en la embajada española, un destino de segunda fila (casi de tercera) para funcionarios del cuerpo diplomático. Como vemos, si de lo que se trataba era de hacer una serie “política”, la ubicación es la menos comprometida del mundo. Un empresario desaprensivo (Carlos Bardem) interesado en quedarse con el contrato del AVE para aquel país, conspira para que el embajador apoye sus propuesta y al negarse éste, sobre él y su familia recae una demoledora campaña de descrédito que siempre irá a más y ante la que cualquier otro miembro del cuerpo diplomático hubiera optado por pedir un nuevo destino en Tasmania o Zimbawe.
Ciertamente el AVE ha sido desde mediados de los 80, uno de los grandes factores que han desatado la corrupción en nuestro país (no en vano España tiene un número desmesurado de kilómetros de alta velocidad en relación a la realidad del país y a las limitaciones de las vías férreas convencionales), pero pensar que de la actitud de un embajador español recién llegado al país depende de que el gobierno tailandés regale la concesión a tal o cual empresario, rebasa los límites de lo razonable. El mismo ministerio de exteriores sería el primer interesado en que su representante en aquel país peleara con uñas, dientes, buenas y malas artes para lograr la concesión. Pero si dejamos de lado el planteamiento absurdo de los términos a partir de los arranca la serie y osamos ver los capítulos que siguen, lo que vamos viendo es una progresiva inmersión en el terreno de lo imposible. Claro está que a un chivatillo español huido a Thailandia se le puede colocar un gramo de heroína, denunciarlo y hacer que se pierda en las inmundas cárceles locales, pero pensar que esto mismo le puede pasar a la hija de un embajador europeo, es algo difícil de concebir. Así pues, lo que vemos son elementos dispersos de una realidad que conocemos muy de cerca (la corrupción es el rasgo que mejor caracteriza este período histórico de nuestro país como el caciquismo caracterizó la época de la Restauración, el desmadre a la República y la falta de libertades políticas al franquismo) pero completamente descontextualizados y trasladados a una trama que, a medida que iba avanzando, ganaba enteros en la bolsa del despropósito.
Guion, pues, flojo. Intención de hacer una serie “política”, frustrada hasta la raíz. Interpretaciones desiguales. Decorados y transparencias que no logran generar la sensación de que nos encontramos en las antípodas y sí las sospechas de que estamos a dos pasos de Majadahonda. Y para colmo, un protagonista caracterizado para ser el sosias de Gustavo de Arístegui, diplomático pepero que ya protagonizó corruptelas en su destino como embajador en India con el que seguramente el partido le pagó su abnegación en el escabroso asunto de las “armas químicas” y de las “armas de destrucción masiva” iraquíes que juró y perjuró que existían y nos amenazaban a usted y a mí. Pero el esfuerzo por reflejar las miserias del cuerpo diplomático español en un remedo de Arístegui no bastan para hacer de ésta una serie “testimonio” o una serie “política”. En defensa de Abel Folk, un magnífico actor de teatro y de doblaje, que encarnó a la figura del embajador, cabe decir que el papel que le tocó en suerte estaba mal diseñado dentro de una serie peor concebida y envuelta con los velos del fracaso anunciado. Incluso Raúl Arévalo a quien habíamos aplaudido sólo unos meses antes por su interpretación en La isla mínima (2014) realizaba una actuación poco lúcida como malo de manual. De Belén Rueda, volià! siempre se interpreta a si misma, no llega a la elegancia tan magnética de Robin Wright, por si su papel nos quisiera recordar a House of Cards. Carlos Bardem, es el que borda con ese punto siniestro e inquietante que requiere el personaje.
La caída constante que registró la serie desde su estreno, implicó que no hubiera una segunda temporada. Afortunadamente, añadiríamos. Tenemos la sensación de el guión es «cobarde». Falta decisión y falta valor para realizar una serie que pueda ser considerada como “política” en España. Y tirar balones fuera no dignifica a ninguno de los canales.