FICHA
Título original:Kung Fu.
Título en España:Kung Fu.
Temporadas: 3 (73 episodios autoconcluios)
Duración episodio: 60 minutos.
Año: 1972-1975.
Temática: Western
Subgénero: Artes marciales – orientalismo.
Tema: Un monje shaolín vaga por el lejano Oeste implicándose en la defensa de los débiles y dando lecciones de mística oriental.
Actores: David Carradine, Keye Luke, Radames Pera Philip Ahn.
Lo mejor: las pildorillas de sabiduría oriental.
Lo peor: la moralina subyacente en cada episodio.
¿Cómo verla?: Algunos episodios en versión original y en castellano están incluidos en youtube. La colección completa está a la venta en Amazon.es
Puntuación: 7,5
CLIPS
Sintonía e introducción de la serie
Fragmentos de la serie (en castellano)
TODO LO QUE HAY QUE SABER SOBRE KUNG-FU
Ver a “Kwai Chang Caine” recorrer con paso cansino, polvorientos caminos del farwest cuando empezaba cada episodio, era la garantía de que en los siguientes 60 minutos íbamos a ver mamporros intercalados con pildorillas de sabiduría oriental. Lo sabíamos y nos gustaba. Aquella fue la primera serie de artes marciales y prácticamente la última ambientada en el “lejano Oeste”. Y, a pesar de las bofetadas, la serie era pacifista y, entre pistolas y riñas tumultuarias, lo que trataba de transmitir era el mensaje místico que había llegado de Oriente en los 60 tamizado por el underground norteamericano.
LA EVOLUCION DEL WESTERN EN LA TELEVISIÓN
Al comenzar los 70 terminó un ciclo en las series televisivas marcada por la desaparición progresiva de los westerns. Bonanza terminó en 1973, El Virginiano y El gran chaparral en 1971. Estábamos lejos de los 60 que pueden considerarse como la etapa de plenitud de este género aplicado a la pequeña pantalla. Además de las series citadas recordamos Rawhide (1959-1965), Marcado (1965-1966), El Diputado (1959-1961) con el notable protagonismo de Henry Fonda o el mismísimo Jim West (1965-1969), sin olvidar que en los 50 este género fue el más mayoritario que estuvo presente en las televIsiones de todo el mundo con Rin-Tin-Tin (1954-1959), El llanero solitario (1949-1957), Range Rider (1951-1963), El Zorro (1957-1959), Sugarfoot (1957-1961), Bat Masterson (1958-1961), Cheyenne (1955-1963), El rebelde (1959-1961) y tantas otras.
Así pues, tenemos en los años 50 el inicio y la proliferación del género (etapa de juventud de la televisión), en los 60 alcanza la madurez con productos más elaborados, en los 70 entra en declive y desaparece en los 80 al extinguirse el último subproducto que había logrado sobrevivir: La casa de la pradera (1974-1983). Tal fue el ciclo de la vida del western en la pequeña pantalla y que podría trasladarse también a otros géneros.
Kung Fu fue el último intento de renovación del género. Y, de hecho, fue la última serie propiamente del farwest si tenemos en cuenta que en La Casa de la Pradera ya están presentes algunos elementos difícilmente encajables con la corriente general del género. Si aceptamos que Kung Fu fue el último intento de llevar un western relevante a los televisores, deberemos concluir que se trató de un cierre original en su concepción e incluso brillante en su ejecución.
LA AZAROSA HSTORIA DE KWAI CHANG CAINE
Inicialmente, se pensó en Bruce Lee para protagonizar la serie. Lo tenía todo para ello: experto en artes marciales, actor consumado, aspecto oriental… Y este era el problema: que los productores temían que sus rasgos marcada e indudablemente orientales desinteresaran al público norteamericano. Era necesario que, desde el primer episodio, el espectador lo considerara como “uno de los suyos”. En 1972, las películas de artes marciales ya empezaban a estar presentes masivamente en los cines (y lo estarían durante un lustro); los directivos de la ABC consideraron que era necesario subirse al carro. Pero ¿cómo justificar la presencia de un norteamericano en el monasterio de Shaolín?
La respuesta a esta cuestión central surgió en el curso de un brainstorming entre los creadores: el protagonista no sería chino-chino, sino mestizo. “Kwai Chang Caine” sería el hijo de Thomas Henry Caine, blanco, anglosajón y protestante, y de una mujer china, Lin Kwai. Su padre, al parecer, murió cuando él era muy joven. “Kwai Chang Caine” debió nacer hacia mediados del siglo XIX en China y al morir su abuelo materno fue aceptado como novicio en el monasterio de Shaolín en donde permaneció hasta salir convertido en un monje de tomo y lomo con un perfecto dominio sobre las artes marciales.
A la vista de que, a poco de salir del monasterio, su mentor, el “Maestro Po” fue asesinado por el sobrino del emperador, Caine lo mata debiendo huir para salvar la vida. De ahí que aparezca en caminos polvorientos, vestido modestamente y con un menguado zurrón, el farwest posterior a la Guerra de Secesión. El encuadre histórico era bastante oportuno: por esas fechas y para construir los ferrocarriles que unieron a las dos orillas de los EEUU llegaron a este país oleadas de chinos. “Kwai Chang Caine” sería uno de ellos, diferente, eso sí, a todos los demás, y reconocible en su condición de monje Shaolín por los dos dragones grabados al fuego en el interior de sus antebrazos (en uno de los episodios se muestra cómo él mismo, en el curso de su iniciación final como “maestro Shaolín”, debió levantar con los antebrazos un pebetero ardiente que le dejó estas marcas, para luego aliviar el dolor de las quemaduras sobre la nieve).
Viaja sin rumbo fijo, buscando a su familia norteamericana. De tanto en tanto encuentra a algún miembro, pero esos viajes no son más que la excusa para dramatizar sus encuentros con malvados a los que vence regularmente. Intenta pasar desapercibido, pero siempre, por un motivo u otro, llama la atención. A veces es, simplemente por su físico, en otras por alguna habilidad casi paranormal que ha demostrado, a veces por resolver un pequeño conflicto o, incluso, porque su rostro aparece en algunos carteles con el consabido “Wanted”. En la primera parte de cada episodio, “Kwai Caine” intenta transmitir una moralina pacifista aprendida durante su estancia en el templo de Shaolín, pero finamente, termina hablando a los malvados en el único lenguaje que son capaces de reconocer. Es lo que todo el público estaba esperando desde el principio: la seductora coreografía de las artes marciales.
ASÍ SE ELABORÓ ESTA SERIE
David Carradine fue elegido para protagonizar Kunf Fu. Su rostro tuvo siempre un aire exótico a pesar de ser hijo de un matrimonio de ascendencia irlandesa (su padre, John Carradine fue actor y también lo fueron dos hermanos de David). El problema era que no tenía ni idea de artes marciales, así que hubo que enseñarle los rudimentos antes de abordar el rodaje. Ahí estaba Bruce Lee para asesorarle. Antes, en 1966, había protagonizado una serie, Shane, que no tuvo excesivo éxito y se agotó a los 17 episodios. Apareció en algunos episodios de series como El agente de CIPOL. Este pequeño historial que había dejado un buen recuerdo, su particular rostro y el ser hijo de su padre, le valieron el encarnar al monje shaolín.
La serie estaba compuesta por la trama central en el curso de la cual, el protagonista realizaba evocaciones de su aprendizaje como monje, en forma de flash-backs. Las escenas que tenían lugar en el monasterio se habían filmado en los decorados que antes habían servido para la película Camelot (1967) y que resultaron convincentes y, sobre todo, baratos. La técnica de filmación también fue original: por primera vez se utilizaron escenas en cámara lenta para filmar los combates (algo que antes solamente había sido aplicado a la pantalla grande por Sam Pekinpah.
Los diálogos, especialmente los que tenían lugar en el templo Shaolín intentaban expresar aspectos de la sabiduría oriental que “el pequeño saltamontes” recibía de sus maestros y trataba de transmitir a las gentes del farwest. Era la época en la que habían llegado a los EEUU este tipo de conocimientos y se habían incorporado a la contracultura y al underground. Estaban, por tanto, muy en boga.
La alusión al “pequeño saltamontes” viene de uno de estos flash-backs en las que el monje ciego que ejerce como mentor de Kwai Caine le pregunta si escucha sus propios latidos. Kwai le responde que no, luego, el maestro insiste: “¿Escuchas el saltamontes que está a tus pies?”. Nada, Kwai Caine no escucha nada y pregunta: “Maestro ¿cómo oyes estas cosas?” y el anciano le responde “Y tú ¿cómo es que no las oyes?”. Tal era el tono de la serie.
VALORACION Y RECOMENDACIONES
En su momento, la serie constituyó una innovación estética y argumental inigualable. Si los westerns se despidieron así de la pequeña pantalla, hay que reconocer que lo hicieron por la puerta grande. A pesar de que todos los episodios respondían a los mismos esquemas, el público no se cansaba de verla y siempre. Y es que la serie tenía personalidad propia, originalidad e incluso poder evocador y simbólico: a fin de cuentas, la vida es un camino como el seguido por el protagonista. Además, la serie trataba de educar al espectador en unos valores que, se esté o no se esté de acuerdo con ellos, hay que concluir que son mejores que carecer de valores. En algunos de los diálogos, incluso, se percibe cierta brillantez y un dominio de la temática orientalista.
A poco de agotarse, en mayo de 1978 se estrenó la serie La frontera azul (1973), serie japonesa que situaba la acción en China, en la región del Lian-Sham-Po, con menor profundización mística y mayor intensidad en las escenas de artes marciales. Kung Fumarca, pues, el tránsito entre el western y las artes marciales que se irá imponiendo en las décadas siguientes. Resulta significativo que Tarantino se ha haya sentido atraído por uno y otro género y haya tratado de renovarlos (en Django [2012], Los odiosos ocho[2015] y las dos entregas de Kill Bill [2003 y 2004]).
Nos equivocaríamos si la considerásemos una serie apta solamente para interesados en las artes marciales o para los forofos de los westerns. Es algo mucho más que eso: fue un momento brillante en la historia de la televisión en la que un género que había sido explotado hasta la saciedad en los veinte años anteriores, se renovó antes de desaparecer para siempre. Y lo hizo de una manera tan original que marcó un camino.
Muy buen artículo. He tardado en conseguir la serie porque creía que no la iba a encontrar, y resulta que sí que está por ahí … aunque la temporada tercera solo la he encontrado con audio latino, con lo que me gusta el doblaje de Claudio Rodríguez 😦 Aunque era pequeña cuando la vi y no recordaba bien los episodios, la música no la he olvidado jamás. Creo que es una de las mejores bandas sonoras de series que ha habido y habrá, melancólica, evocadora y bellísima. Y en cuanto a la serie, si bien es cierto que el esquema argumental es repetitivo (en muchas lo es), siempre había un elemento distintivo, una enseñanza diferente. Es una serie que enseña vida y valores, y solo puedo decir que me encanta y disfruto mucho viéndola.
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